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EXPOSICIÓN

THE HAMMER PARTY

LOS PICOLETOS + ADRIÁN CASTAÑEDA

Del 28 de Noviembre al 23 de Diciembre.

Ahora mi martillo se enfurece cruelmente contra su prisión. De la piedra saltan pedazos: ¿qué me importa?. Ya en el ocaso de su vida Friedrich Nietzsche maximiza su beligerancia intelectual y literaria, presentándonos en diversos textos y a ralentí su filosofía del martillo, que se traduce en una contundente crítica hacia la filosofía occidental, la moral o la religión. Dicha crítica, cuyo objetivo principal es la destrucción y posterior reconstrucción de un valor –la transvaloración, que diría el alemán-, supone una ruptura con todas las teorías dogmáticas y nocivas que (auto)esclavizan al ser humano. En esta misma línea de denuncia pública se localiza The Hammer Party, una propuesta expositiva que aúna el trabajo de Adrián Castañeda (Salamanca, España, 1990) y Los Picoletos (Dante Litvak, Buenos Aires, Argentina, 1990, y Fabro Tranchida, Buenos Aires, Argentina, 1987).
Los artistas centran su discurso en las dificultades de los flujos migratorios en el territorio europeo y en las violencias institucionales ejercidas sobre los migrantes que atropellan una y otra vez –de manera física e intangible- muchos de los artículos de los derechos humanos universales; todos ellos ratificados en París por la Asamblea General de la Organización de las Nacionales Unidas (resolución 217 A-III del 10 de diciembre de 1948), justo tres años después de que acabase la II Guerra Mundial. En este sentido, The Hammer Party presenta dos ópticas diferentes de una vulnerabilidad de los derechos ciudadanos como son los procesos de regularización de los migrantes: por un lado, la del observador que realiza una labor de autocrítica donde se analiza y cuestiona sus propios privilegios (Adrián Castañeda) y desde la experiencia que conoce de primera mano las trabas burocráticas de la administración pública (Los Picoletos). En ambos casos la pregunta es la misma: ¿qué significa estar regularizado?. Partiendo de unos datos de 2021, más de 23 millones de personas son migrantes dentro de la Unión Europea, lo que corresponde al 5,1% del total de la población. Al considerar a los migrantes como grupo minoritario –pese a que hablamos de millones de personas- las políticas sociales europeas –y las no europeas- se diluyen, provocando que los flujos migratorios se asimilen como un asunto no prioritario, aunque mediáticamente se nos plantee justo lo opuesto. Al no contar con una preferencia real dentro de las preocupaciones políticas, la coordinación y ejecución de las administraciones tanto a nivel nacional como internacional pierden en eficacia y, sobre todo, en humanidad. Esta falta de humanidad queda plenamente retratada en las fronteras, como claros elementos discriminatorios donde el concepto de justicia desaparece. También con la frontera hace acto de presencia el término de ciudadanía, un término que con los años ha ido adquiriendo un ensanche teórico, especialmente en Europa, propiciado por la maximización de su componente multicultural, por el resurgimiento de los movimientos nacionalistas, por el auge de la extrema derecha, por el miedo generalizado a la pérdida del estado de bienestar –agudizado tras las crisis
económicas de 2008 y 2020- y, por supuesto, por el fenómeno de las migraciones masivas. Pero, nuevamente, aparece una pregunta: ¿qué significa tener la ciudadanía? La propia palabra está vinculada a un espacio geopolítico concreto y, por tanto, se convierte en excluyente. Si hay exclusión, hay discriminación y desigualdad; una discriminación y desigualdad, por cierto, totalmente legitimada, lo que agrava aún más la situación. La ciudadanía –que no deja de ser un papel- dota de valor sociopolítico y económico al individuo y, por ende, le supone un afecto social e institucional del que no goza el denominado no ciudadano. Así lo dejan patente nuestros artistas. Por una parte, Adrián Castañeda fija su discurso en la situación de los Menores Extranjeros No Acompañados (MENAs) y en los verdaderos mecanismos de acogida para estos jóvenes en los países de destino. Según la Fiscalía General del Estado, en 2019 llegaron a España casi 3.000 menores no acompañados. Estos niños, en su mayoría adolescentes, nada más ser detenidos reciben la primera violencia institucional: son tratados como se procede con
un criminal, es decir, se les traslada a una comisaría, se les toman las huellas, se les fotografía y se les hace esperar en dependencias similares a las de un calabozo. Ante este escenario, Castañeda cuestiona la necesidad real de este (mal)trato y del duro mensaje que hay detrás de este sistema, inundado de represión, control y hegemonía. Tal y como nos tiene acostumbrados, el trabajo del artista salmantino pivota en torno a la representación del poder -del físico al simbólico- en la sociedad contemporánea y a la necesidad de la implantación de un modelo de sociedad donde los ciudadanos participan de manera directa y casi sin intermediarios en la toma de decisiones. Todo ello queda visiblemente encarnado en la pieza central de su composición: un tobogán realizado con una bobina de alambre de concertina. A través de un dispositivo claramente relacionado con la niñez, Castañeda asesta con contundencia al público, obligándole a reflexionar, entre otras cosas, sobre los derechos de la infancia. Por otra parte, Los Picoletos tienen como punto de partida la situación de una serie de jóvenes migrantes que trabajan en plataformas de servicio de reparto de comida, como es el caso de empresas como Glovo o Just Eat, entre otras. En 2019, la Agencia de Derechos Fundamentales (FRA) de la Unión Europea publicó un informe que recogía el testimonio de 327 migrantes, donde quedaba palpable el nivel de violencia, explotación y abuso al que están sometidos. Pero, después de tanto despotismo, ¿dónde quedan los sueños y las ambiciones personales y laborales de los migrantes? Los artistas llevan a cabo toda una serie de exvotos de cera2 de jóvenes migrantes que trabajan en dichas apps de servicio de reparto de comida, representando no solo partes de los cuerpos sino incluyendo toda una serie de objetos vinculados a los deseos de dichas personas. Eso sí, Los Picoletos han situado los exvotos dentro de balanzas, instrumento que no solo sirve para medir la masa de los mismos, sino que les permite demostrar la relación tan perversa que actualmente existe entre deseo, trabajo precarizado, juventud y frustración. La crisis financiera global y la desaceleración económica han engendrado el mayor número de desempleados jóvenes de la historia, multipliquemos el dígito si hablamos de jóvenes migrantes, para quienes la falta de empleo digno representa el principal obstáculo a su progreso como individuos.
Es, como mínimo, admirable encontrar exposiciones donde los artistas hablen con y desde su propia generación, intentando dar voz a los que no la tienen y, de paso, hablar de ellos mismos y de sus preocupaciones, miedos y fracasos. Una muestra donde la ironía intenta despistarnos –como espectadores y como ciudadanos-, de confundirnos en una atmósfera donde el dolor y la impotencia son los verdaderos protagonistas. Bienvenido a The Hammer Party, bienvenido a la fiesta del obrero, a la fiesta de la frustración y de la precariedad: bienvenido a la fiesta de la decadencia. Bienvenido a la fiesta del tobogán de alambre y de los banderines de mantas
térmicas; a la fiesta del ritual popular y de la explotación laboral.

Adonay Bermúdez