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EXPOSICIÓN

*EN EL CÓLICO

LLE GODOY
Es emocionante asistir a la primera exposición de un artista. Emocionante y extraño resulta cualquier intento de aproximación a una obra que se presenta por primera vez al público. Y es que, si bien, Lle Godoy, Bilbao 1996, no es un desconocido, su trayectoria en dirección de arte en diferentes medios editoriales y audiovisuales es amplia, esta es la primera vez que se enfrenta con un proyecto artístico individual al espacio expositivo de una galería de arte. Un proyecto para el que lleva tiempo preparándose y para el que intuyo ha puesto toda la carne en el asador. Emocionante, extraña y audaz propuesta la de solicitar a un artista la presentación de otro artista con el que no existe contacto previo y cuya obra como quien dice empieza aquí. Difícil no tener una estela a la que recurrir para entender este momento, ni escritos, ni obras precedentes, ni demasiada información biográfica. Y lo cierto es que lo prefiero así, en realidad creo que es justo esta circunstancia la que me impulsa a hacerlo. Siento un impulso por asomarme al abismo del otro, despegarme de mío propio por un momento y mirar de soslayo, desde el borde y con pudor, al vacío ajeno.
La verdad es que los bordes de los abismos hace tiempo que empezaron a resultarme lugares fácilmente reconocibles y desde los cuales he aprendido a disfrutar de las hermosas vistas. Y si, no me equivoco, ante esta obra se abre un dilatado y extendido abismo.
En esta exposición Godoy nos habla de bocas, de orificios corporales. Oquedades manipuladas, forzadas, observadas, invadidas por cuerpos extraños.
Bocas, una vez más las bocas. Y mi cabeza inevitablemente convoca a otras bocas, otros artistas en cuyas obras, las bocas son muecas de dolor pero también de placer, pura necesidad de gritar, de comunicar, puro instinto de supervivencia. Porque desde el primer llanto hasta el último suspiro las bocas están ahí para el desahogo, para implorar, para conectarnos con la vida y con el otro.
Y como en una danza macabra se forma un corro al que se van uniendo los gritos, los silencios y los gritos silenciados y ahogados y desesperados de muchas bocas. Aparecen inevitablemente las bocas desesperadas de las pinturas de Francis Bacon o Edvard Munch pero también los gritos de la performace AAA-AAA de Marina y Ulay y los del artista Absalon en su video “Bruits”, aparece la boca forzada de “pulling mouth” de Bruce Nauman y bocas cosidas o amordazadas como la de Bernardí Roig o bocas recibiendo alimento de la madre como en la obra “Umbilical” de Janine Antoni o el video endoscópico “corps etranger” en el que Mona Hatoum viaja en una especie de autorretrato por el interior de su propio cuerpo. Y entonces empiezan a aparecer también dientes y lenguas y besos y la rueda es cada vez más y más grande y más grotesca y más hermosa.
Y al grupo se une también David Cronenberg. Sí, es cierto, David Cronenberg también tiene algo que ver aquí, porque esta exposición también tiene que ver con las prótesis. Y como en las películas de Cronenberg, el cuerpo aquí también está enfrentado al artefacto médico, al instrumental quirúrgico. También se trata de cuerpos invadidos, tejidos blandos alterados por aparatos dilatadores, extensores. Se trata de una nueva y conmovedora y perturbadora simbiosis entre lo bello y lo abyecto. Porque de nuevo el concepto de belleza tiene que reformularse, tiene que extenderse.
Godoy nos habla de su necesidad por resolver problemas funcionales en los interiores de las bocas, en los paladares, problemas para los que todavía nadie ha planteado una solución. Y en ese afán, lo funcional y lo estético se confunden. En una sociedad que impone unos cánones de belleza y salud tan marcados, lo diferente puede fácilmente resultar aberrante y disfuncional.
Lo físico y lo psíquico aquí también se confunden, se fusionan creando unas masas informes de materia plástica. Resinas teñidas. Negros, naranjas, amarillos. Brillantes y profundas. Insondables. Material bastardo convertido por la magia del artista en material precioso, en la materia oscura de la que está hecho el universo. Quizás meteoritos de un extraño y brillante planeta que hubiera estallado en miles de pedazos. O quizás agujeros negros. Sí, porque las bocas también son agujeros negros, agujeros que todo lo engullen.
Vórtices voraces. Aunque esta búsqueda acompaña al artista desde hace años, o quizás desde siempre, y no está vinculada a las circunstancias actuales, para mi cobra un especial sentido en este año, un año de bocas tapadas, que encierran y confinan el miedo dentro de los cuerpos. Bocas portadoras de virus, amenazadoras. Pero también transmisoras del miedo, del dolor, del llanto y sobre todo del lenguaje.
Y sí, realmente no se me ocurre un gesto más valiente, más transgresor que el de hacer una exposición de bocas abiertas, o mejor de cavidades bucales extendidas, cavidades vaciadas, vaciados sobreexpuestos, paladares en forma de bóvedas celestes. Dar forma al cólico, a la nausea. Porque Godoy, abriendo su boca, en realidad nos está abriendo su alma.
Javier Pérez
7 de diciembre 2020